Yad Vashem, la industria del holocausto

Por: Oleg Yasinsky

Recientemente, tras cinco días de sirenas, amenazas mutuas y el habitual pago de las ambiciones políticas de ambos bandos con vidas de civiles, se estableció la acostumbrada y frágil tregua.

En el momento de alta tensión, la televisión israelí informó de la “primera víctima fatal”, una mujer mayor judía fallecida bajo los escombros de su casa. Unas tres docenas de civiles muertos al otro lado del muro de Gaza, la mayoría de ellos mujeres y niños, no fueron dignos de ser considerados como “víctimas”. Digan lo que digan los defensores de la causa palestina, los misiles de la Yihad Islámica contra objetivos civiles israelíes no honran a nadie. Igual que la desfachatez y el sacrilegio de los periodistas israelíes que acostumbran llamar a las ciudades del sur del país “nuestro Stalingrado”.

“EE.UU. hace tiempo y con éxito convirtió a judíos y árabes en rehenes de sus propios intereses geopolíticos”

El Gobierno de los Estados Unidos, que heredó de Inglaterra el protagonismo de ser el autor del viejo drama de Oriente Próximo, hace tiempo y con éxito convirtió a judíos y árabes en rehenes de sus propios intereses geopolíticos, manteniéndose al margen, con sus ojos hacia abajo de coqueta provinciana y finge ser un pacificador.

Parece que no existe nada más aterrador que la moderna tecnología militar y mediática en manos de políticos medievales. Pero no es cierto. Lo peor es la industria que se hace del Holocausto, desde hace décadas convertida en la principal coartada de la alianza criminal entre el imperio norteamericano y su principal vasallo en el Medio Oriente: el Estado de Israel.

El concepto de ‘Industria del Holocausto’ lo tomamos prestado del importante libro del historiador norteamericano Norman Filkenstein, hijo de dos prisioneros sobrevivientes del gueto de Varsovia y de los campos de concentración nazis. Vale la pena encontrarlo y leerlo, está en varios idiomas, pero nunca fue publicitado por ninguno de los grandes medios.

El complejo memorial Yad Vashem (‘un monumento y un nombre’, en hebreo), ubicado en el monte Herzl en las afueras de Jerusalén, fue ideado inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial y construido en varias etapas para conmemorar a las víctimas del Holocausto perpetrado contra los judíos por los nazis durante el régimen de Hitler y la guerra. Tal vez sea el primer Museo de Memoria, especie de inspiración y ejemplo de otros, por ejemplo, los construidos en diferentes países de América Latina en las últimas décadas, para homenajear a las víctimas de las dictaduras militares. Al menos en cuanto al material usado y estilísticamente se parecen mucho. De la misma forma, después de visitarlos, junto con los ojos rojos y el nudo en la garganta, dejan la confusa sensación de algo fragmentado e inconcluso.

“En Yad Vashem se habla solo de la tragedia del pueblo judío”

Cuando uno se acerca a la construcción central del complejo Yad Vashem, aparte de apretar los sentimientos, previendo lo que está por venir, algo en la composición escénica de los bloques y las piedras da un aire de haber sido visto en otro lugar. Poniendo un poco de atención, se descubre después de dónde viene tal sensación. La información indica que “la construcción del Centro Visual inaugurado en 2005 fue posible gracias a la generosidad de la Fundación Steven Spielberg para Personas Justas”. Uno de los más famosos cineastas de Hollywood, Spielberg, entre otras cosas, experto insuperable en el manejo de la imagen y escenografía. Con su equipo, él se hizo cargo de cumplir que el efecto de Yad Vashem para los visitantes sea imborrable. Tal vez pudiéramos aplaudir la obra en razón a que la humanidad que viene acá, desde todas partes del mundo, por fin se sensibilice con la lección más dura del siglo pasado: los horrores del fascismo. Pero algo confunde e inquieta mucho. Vemos múltiples grupos de escolares y jóvenes militares israelíes que, en silencio y visiblemente conmovidos, recorren las salas donde está documentado y expuesto el horror que tocó a sus ancestros y que hace pensar que el mismo nacimiento de estos jóvenes ha sido un milagro, un triunfo, a pesar de semejante historia de horror, que se cuenta como una obra con una perfecta dramatúrgica, pues tiene suspenso desde su prólogo, nudo y desenlace, con múltiples pruebas que impactan al visitante directamente en el alma. Uno deja de sentirse en un museo y siente cómo su sangre, su carne, su piel y sus huesos se conectan con los cerros de cenizas humanas expuestas como un testimonio inapelable del mal absoluto, que sí existe. Las personas, totalmente atrapadas por la emoción, difícilmente pueden darse cuenta de que la historia aquí contada está incompleta y totalmente desviada de lo esencial. Una de las grandes falsedades en la percepción del nazismo en el mundo (una amenaza real y cada vez más inmediata) es que su principal característica es el odio hacia los judíos. Pensar así es no entender realmente nada. Es falso y extremadamente peligroso presentar el holocausto judío por el fascismo como una tragedia del pueblo judío y no de la humanidad entera. Justamente esta mirada designa para un pueblo entero el estatus de víctima y por omisión lo declara inmune al fascismo. Me parece extremadamente importante subrayar esto: las víctimas del nazismo son seres humanos, independientemente de su nacionalidad, religión, orientación sexual o preferencias ideológicas, y cualquier otra interpretación es la manera en que abrimos para las nuevas generaciones la trampa del nacionalismo y preparamos a los nuevos votantes de los nuevos zelenskis, ingenuamente convencidos de que un ‘judío’ (un homosexual, un musulmán, un pobre, un eslavo, etc.) jamás podría ser fascista ni apoyar el fascismo.

“En Yad Vashem se habla SOLO de la tragedia del pueblo judío. SOLO de los guerrilleros y rebeldes judíos.”

La historia completa no fue así. El hitlerismo apuntaba al exterminio de todos los pueblos, incluido el pueblo alemán. Fue derrotado por el Ejército Rojo con la ayuda de sus aliados occidentales y varias resistencias europeas. En las filas de los héroes antifascistas soviéticos y otros había muchos judíos, pero la victoria fue posible justamente porque ellos no diferenciaban entre judíos, rusos, ucranianos o, por ejemplo, uzbecos. Si hubieran sido luchas nacionales, seguramente habrían sido derrotados. En el complejo Yad Vashem solo se habla de la tragedia del pueblo judío, las víctimas judías, los soldados judíos, los guerrilleros judíos, es lo único dolor que se lamenta. Al hablar de justos solo se consideran como “los justos de las naciones” a los que salvaban a judíos. ¿Acaso los que salvaban a los no judíos fueron menos justos? ¿Por eso no merecen un lugar en el panteón nacionalista dedicado a las víctimas del otro nacionalismo? El recuento histórico de Yad Vashem minimiza el rol del Ejército Rojo (el principal justo que salvó a los judíos y de paso a la humanidad), ni reconoce la participación de los propios árabes que salvaron a judíos llevándolos a sus territorios, y concluye con la fundación del Estado de Israel, lo que un visitante común debe entender como el triunfo definitivo del bien sobre el mal. Un Estado que por lo justo asegura que nunca más en toda la humanidad volverá el fascismo y la existencia de este Estado es la garantía para ello.

En el territorio del complejo memorial de Yad Vashem hay varios monumentos. Si vemos los 30 ‘hitos en la ruta de los visitantes’ indicados en una placa, descubrimos que hay solo unos cuantos destinados a las víctimas del holocausto nazi. El resto son los civiles y sobre todo, militares israelíes, durante las décadas de su posterior historia, incluyendo un lugar conmemorativo a la Operación Paz para Galilea, que fue la invasión al sur de Líbano en 1982, cuando los aliados de Israel, los falangistas libaneses, a la vista de los militares israelíes que no hicieron nada por impedirlo, mataron a miles de palestinos civiles en sus campos de refugiados, sin que se hayan registrado como ‘justos de las naciones’ y ni siquiera un ‘lo siento’, del gobierno de Israel.

En estos días, la ONU por primera vez conmemoró los 75 años de la expulsión de cerca de 725.000 palestinos de sus tierras, que se convirtieron en Israel. Este horroroso y vergonzoso episodio se llama la ‘Nakba’, que en árabe significa ‘la Catástrofe’. Sobre la Nakba, igual como sobre la bestial política racista israelí contra los palestinos, que ya ha costado miles y miles de vidas de mujeres y niños que nunca serán víctimas y siempre quedarán como bajas colaterales, no existen complejos memoriales ni millonarias inversiones hollywoodienses para hacer películas.

Creo que no existe una peor ofensa para las víctimas judías del Holocausto que la actual política del Estado de Israel. No hay nada más indecente que el hecho de que las víctimas se vuelvan los victimarios y nada más cobarde que usar los horrores del pasado para justificar los crímenes del presente.

Ahora con mucha tristeza observamos cómo la gran cultura y tradición revolucionaria judía está siendo destruida por el Estado de Israel. ¿No sería que la creación de este Estado tuvo este verdadero objetivo?

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