Transformismo; izquierda rosa nuestroamericana

Reformismo-transformismo
Hay un par de elementos que entendemos condicionarán toda la acción política como son la vocación de poder y la estrategia.

Sin alguna de las dos se caerá en desvaríos erráticos; sin la una es medio imposible tener la otra, pero hay tanto en la viña del señor que no ahorramos posibilidades.

El debate que nos importa podríamos decir que es una reedición de Reforma o Revolución, problema nodal en la II internacional que estructurará y emblocará distintas corrientes desde el siglo XIX, hasta lo que va del siglo XXI. Puede adquirir nuevos formatos y nuevas nomenclaturas o categorías, pero en esencia creemos nosotros se trata del mismo debate.

Reformismo, oportunismo, progresismo. Todas variables o aggiornamientos de una actitud conformista y con pretensión esterilizadora de la clase trabajadora.

Podríamos identificar los anclajes sobre los que se disparan estos debates en dos etapas bien definidas que son:

1) el mal llamado posneoliberalismo de la primera década siglo XXI, los gobiernos con vocación nacional popular y

2) las recuperaciones electorales actuales que hacen ilusionar a muchos analistas en el surgimiento de lo que van a llamar “nuevo ciclo progresista”.

Sobre el primer anclaje debemos señalar que en general en la etapa de gestión de gobiernos posneoliberales (en cuanto a la categorización más divulgada que ya dijimos, creemos errónea), el modo de acumulación del capital, en su carácter financierista, desarrolló una formidable pronunciación de las tendencias de concentración de riquezas y de financiarización, acentuando la primarización de los modelos productivos por lo cual se acelera la depredación y el saqueo.  No hubo cambios en las estructuras de propiedad productivas. Sin embargo, sería necio no advertir un elemento que es seguramente el que ha mantenido la fortaleza de procesos como los de Venezuela y Nicaragua, y que es la fortaleza de la subjetividad popular y conciencia nacional que han generado. Esto último alentado por una adecuación de los ingresos que permitió una corta primavera económica entre los sectores más humildes.

En cuanto al carácter antiimperialista de la etapa tenemos que señalar que todo el aparato integracionista del primer momento neoliberal sigue intacto: la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sur Americana (IIIRSA) como integración de infraestructura para el saqueo; los acuerdos de libre comercio asimétricos; el Acuerdo para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN) entre USA y México que pone a este último como gendarme fronterizo norteamericano; la Iniciativa Mérida que articula políticas policiales entre USA, México y Centroamérica; el Plan Colombia, como manifestación militar y enclave de patrullaje en el subcontinente; el Plan Puebla Panamá que integra comercial, económica y productivamente Mesoamérica con USA; la Iniciativa para la Seguridad de la Cuenca del Caribe (CBIS) que asegura la constitución del Caribe como Mare Nostrum norteamericano; y, fundamentalmente, los organismos de Bretton Woods (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional) raquitizando las economías y abortando las posibilidades de desarrollo autónomo de las naciones latinoamericanas.

La implosión del Grupo Lima no indica un giro del posicionamiento geopolítico de la región; menos los flashes fugaces del Grupo Puebla ya devaluado e implotado. Son muy claras las dificultades de funcionamiento de la CELAC bajo el comando errático de la cancillería argentina. La batalla de Ucrania y el reposicionamiento de OEA, como la participación en la Cumbre de las Américas de Los Ángeles, han evidenciado alineamientos no calculados de los pretendidos gobiernos progresistas.

Venezuela y Nicaragua (y obviamente la heroica Cuba) como cabeza de playa del nuevo redespliegue imperial son los gobiernos y países más atacados y cómo cada gobierno se posiciona al respecto habla de su alineamiento o nivel de autonomía respecto del Consejo Nacional de Seguridad para el Hemisferio Occidental del USA.

Las etapas pendulares que iban de dictaduras a democracias restringidas o tuteladas y viceversa, han sido ya superadas en gran parte de la región por esta nueva forma de Orden de lo social que es la consolidación de la democracia liberal. Justamente el arribo al gobierno de experiencias nacional-populares ilusionaron a muchos sobre este camino de posible acumulación popular para revolucionar, desde una perspectiva gradualista. Más teniendo en cuenta la intención de estas experiencias de construcción de una institucionalidad de amplia base y políticas públicas de gran inclusión. Consagraron ciudadanizaciones inéditas.

Esto tiene dos consecuencias estructurantes en la izquierda revolucionaria;

1-  La ilusión de que se puede conquistar el gobierno y transformar las cosas con estas reglas de juego; obturando con esta lógica la posibilidad de ver toda la dimensión proscriptiva que la misma tiene, la dimensión de legitimación de un tipo de ciudadanización e impugnación de otro tipo; la ilusión boba que pretende llevar adelante cambios revolucionarios desde la institucionalidad demoliberal y en convivencia con el Imperialismo que podría ser combatido gradualmente (No al ALCA es el ejemplo en el que se afianza esta idea).

2-  La creencia de que esta es la única manera posible de hacer política.

Estas conclusiones no sólo asomarán con la experiencia de los gobiernos llamados posneoliberales sino además después de la experiencia insurgente de los 70-80. Un pacifismo inconducente inundó las estrategias de muchas organizaciones que ante la contundencia de su derrota militar concluyeron en lo inviable de la posibilidad de victoria por la vía armada. La derrota es sólo un dato histórico no una certeza de equívoco teleológico.

La experiencia insurgente (en el amplio sentido de la categoría) que transitó primero el cono sur en los 70 y luego Mesoamérica en los 80, en las cuales el Imperialismo desarrolló y aplicó la Guerra de Baja Intensidad (GBI) han dejado lecciones importantes en cuanto a las posibilidades e imposibilidades de la lucha revolucionaria por la vía armada en ciclos de orden que clausuran la posibilidad de la acción política. Pero hay un elemento que es característico de la GBI y es la pretensión imperial de sobredeterminar los procesos políticos de los países y la idea de “reversibilidad”; para lo cual trabajan con las mismas reivindicaciones de los movimientos de liberación y aplican tácticas de desprestigio de líderes y organizaciones, desarrollan el gatopardismo.

En momentos de crisis el pueblo puede estar desorientado. La clase dirigente intenta mantener su poder aún a expensas de concesiones eventuales. Cuenta con un ejército de intelectuales orgánicos que le permiten cambiar elencos gubernamentales enteros. Tiene claro que lo importante es mantenerse en el poder.

La persistencia de la insurgencia colombiana aún y a pesar del fracaso evidente del proceso de paz, expone cómo los regímenes que clausuran la política a los sectores populares tienen la falibilidad de la acción rebelde de los pueblos sólo contenida por una faraónica parafernalia imperial que la protege.

Mucho se ha escrito sobre los problemas tácticos del marxismo revolucionario en el siglo XXI, es claro que cambiaron los paradigmas clásicos de asalto al poder del estado, en el siglo XIX asalto a la bastilla; en el siglo XX asalto Palacio de Invierno. No puede ser el juego de la democracia liberal el paradigma del siglo XXI, este dispositivo es justamente el que pretende producir Orden y Dominación.

Pero la tendencia creciente a acentuar la contradicción fatal entre Democracia y Capital creemos que incluso pone en discusión la institucionalidad tal y como la conocemos hoy y sobre todo después del documento suscrito por Putin y Xi Jimping donde hablan del carácter democrático reservado al criterio de cada pueblo. Por ello nos tenemos que obligar a pensar con vocación de poder el amplio abanico de posibilidades de resolución revolucionaria de la crisis permanente que atravesamos.

La ilusión del nuevo ciclo progresista es justamente síntoma de la colonización mental de las clases dirigentes de los espacios reformistas y de izquierda. Incluso probablemente podamos pensarla como narrativa del transformismo.

Entre el amplio haz de dispositivos con los que trabaja el imperialismo, tenemos el neogolpismo combinado con golpes tradicionales; la constitución de nuevas derechas de distinto tipo como el pretoriano pentecostés de Bolsonaro, Katz o Hernández, la neoconservadora empresarial de Macri, Piñera o Lacalle Pou; el lawfare cuando no las persecuciones abiertas e ilegalizaciones o aniquilamiento de líderes populares; el sabotaje destituyente; y finalmente el transformismo expresado en gran cantidad de los liderazgos denominados nuevos progresismos.

El «transformismo» es un proceso orgánico desarrollado por la clase dominante, se trata de la decapitación intelectual de las clases subalternas, es la incorporación a la “clase política” de estos sectores dirigentes de las clases subalternas pero que al incorporarse a la clase política pasan a defender esos intereses, por ejemplo, el de la producción de gobernanza. Transformismo es revolución pasiva y para que el hegemón eche mano de este recurso es porque está en grave peligro la estabilidad y la re-producción hegemónica.

El transformismo puede desarrollarse porque los cuadros intelectuales de las clases subalternas en general son elementos pequeño-burgueses que acceden a oportunidades de formación. Tienen la inestabilidad propia de dicha clase y abunda en ella el oportunismo.

El oportunismo es una fuerza auxiliar de la burguesía para retrasar los procesos de ascenso de la lucha de clases, contener la oleada revolucionaria y fomentar la contrarrevolución, pero no debemos subestimar que su actuación es constante y en todos los periodos, mas con una peligrosidad creciente cuando es posible que, por el ciclo del capital, entre la clase obrera haya condiciones para la radicalización de la consciencia. Hoy mismo en Europa y en América es un soporte fundamental del imperialismo, recibiendo inclusive financiamiento de los monopolios para la acción política, desde USAID, actividades ideológicas y sobre todo promoción de formas alternativas de la gestión capitalista de “rostro humano”.

El problema de reforma o revolución, de movimiento y objetivo final, es fundamentalmente, bajo otra forma, el problema del carácter pequeñoburgués o proletario de la política revolucionaria.

Eduard Bernstein les daba más valor a las batallas parciales (movimiento) que, al fin último, la Revolución (el objetivo). El Reformismo tiende a aconsejarnos que renunciemos a la revolución social, y hagamos de la reforma social, que es el medio de la lucha de clases, su fin último. Bernstein ha sido claro; “el objetivo final, sea cual fuere, es nada; el movimiento es todo”.

Estos planteos oportunistas y reformistas surgen porque el polemista Bernstein plantea que la caída del capitalismo es algo muy improbable porque éste demuestra recurrentes y crecientes capacidades de readaptación. (este es un elemento primordial a considerar porque es lo que fundará nuestra concepción de posibilidad histórica, solamente en la conciencia de la derrota se explica el oportunismo y el posibilismo). “Con el creciente desarrollo de la sociedad el colapso general del sistema de producción imperante se vuelve cada vez menos probable, porque el desarrollo del capitalismo aumenta su capacidad de adaptación y, a la vez, la diversificación de la industria”(Bernstein).

Declinacionismo y Redespliegue

Nosotros venimos sosteniendo lo contrario de los teóricos del reformismo, nosotros decimos que la actual fase de desarrollo del capitalismo imperialista está en una crisis terminal. Sostenemos que hay cuatro vectores principales de producción social histórica y política del imperialismo.

En el marco de la configuración geopolítica actual, el señorío del globalismo financiero transnacional se produce y reproduce a base del:

1) redespliegue guerrerista imperial;

2) de la caotización regional, nacional y global;

3) del crecimiento del narcotráfico y

4) de la acentuación de la hipertrofia parasitaria mundial.

Se financiariza la vida cotidiana, la cultura y la naturaleza; se gangsterizan los estados; se narcotizan los colectivos sociales; se violentan las naciones. Son los cuatro vectores de la producción de hegemonía y dominación global: financiarización, militarización, caotización, narcotización.

En este marco hay dos movimientos fundamentales que debemos aprender a identificar para comprender la etapa; el Declinacionismo del hegemón y el Redespliegue como contraofensiva defensiva.

La clave es pensar en términos históricos no biológicos. Porque el declive es tendencial y fatal, pero eso no quiere decir que en unos cuantos años asistamos al entierro del actual hegemón imperial. No entender el declinacionismo hace que muchos observadores legos mal interpreten el redespliegue como una ofensiva y no como una contraofensiva defensiva.

Nosotros lo hemos señalado en el Manual Breve de Geopolítica, con Ana Laura Dagorret, desde su consolidación hegemónica en la segunda posguerra no es la primera vez que se avizora la declinación del poderío norteamericano y que incluso se agorera su colapso. En los 50 se sostenía la primacía soviética en la carrera armamentística y política; en los 80 se anunciaba el crecimiento de Japón como el surgimiento de un nuevo liderazgo. Hace muy pocos años se anunció con estridencia el PNAC o Nuevo Siglo Americano, la consolidación de la hegemonía norteamericana; y analistas orgánicos como Paul Kennedy se azoraban de la inédita desproporción de poderío militar del Imperio. Fareed Zakaria hablaba de un nivel de unipolaridad solo comparable al de Roma en la época del Imperio. A poco de andar, y estragos globales mediante, hoy es un lugar común entre los analistas políticos hablar del declive norteamericano que obviamente para cualquier especulación sensata no debe importar la idea de su repentino colapso. Sigue siendo el país más poderoso en términos militares y con la economía más grande del globo, sigue pivotando en el complejísimo esquema de instituciones multilaterales desde donde acomete muchas de sus incursiones expansionistas.

Sobra evidencia acerca del declinacionismo del Imperialismo norteamericano como centro organizador del Imperio y hacia su propio interior. Brzezinski que es uno de los principales estrategas del llamado Estado Profundo, plantea una serie de puntos con los que lo explica:

1) el desorbitado endeudamiento que pone al país en una crisis financiera semejante sin precedentes como las que padecieron otros imperios en sus momentos de declive como Roma y Gran Bretaña;

2) la gravitación del capital especulativo, causante de la crisis del 2008, que ha producido consecuencias económicas y sociales desastrosas en la población norteamericana;

3) la desigualdad socio económica creciente y la formidable concentración de riqueza; 4) la obsolescencia de la infraestructura nacional: caminos, líneas férreas, puentes, puertos, aeropuertos y energía son otras tantas áreas fuertemente deficitarias y que comprometen seriamente la eficiencia de la economía estadounidense en un mundo cada vez más competitivo.

Otro elemento considerable es el alto nivel de ignorancia que el público norteamericano tiene en relación al mundo (imaginen millones de Homero Simpson). Esto se agrava con la falta de información confiable en materia internacional y accesible al público en general. Y agrega la crisis del sistema político que se evidenció con las imágenes de la Casa Blanca sitiada ante el asesinato de George Floyd y la toma del Capitolio por sectores marginales reivindicando a Trump. Crisis de sistema político en pleno desarrollo.

Lo que nosotros llamamos Redespliegue justamente está sustentado en la tesis opuesta que es la del Declinacionismo norteamericano como hegemón ordenador del sistema unipolar.

Entonces justamente a partir de la conciencia de ese declinacionismo; que además se demuestra con el surgimiento y consolidación del esquema multipolar, fundamentalmente a partir de la estrategia encabezada por China de “un cinturón, una ruta” y de los BRICS; es que los Estados Unidos intentan resolver esta crisis de hegemonía.

El Redespliegue justamente es el complejo de acciones políticas, diplomáticas, financieras, económicas, comerciales, culturales y militares, entre otro innumerable haz de posibilidades; que están orientadas a la recuperación de iniciativa; de capacidad de sobredeterminación de las políticas de los pueblos; de control del propio y autodefinido espacio vital; de producción y re-producción de la fase del imperialismo que usualmente llamamos “globalismo financiero” y que no es otra cosa que el momento imperialista que estamos viviendo donde la expansión del mismo es condición necesaria de la etapa, es permanente y es creciente, no importa ya si se trata de ciclos económicos de crecimiento o de estancamiento.

La financiarización impone la mercantilización de los más diversos aspectos de la producción social, para que el capital logre conquistar nuevas áreas de una manera impensada hasta hace pocas décadas atrás. ¡Lo mercantilizan todo!

Los datos de este Redespliegue los tenemos en la agresiva política exterior de Biden-Harris, que van a retomar la agenda inconclusa de Obama, militarizando además las relaciones exteriores e intentando volver a ocupar el espacio que la gestión de Trump había abandonado, eso con una fuerte ofensiva multidimensional.

Pero el redespliegue no lo vemos solamente en Nuestra América con su injerencismo neomonroísta y la operacionalización de guerras híbridas; sino también en el cinturón del Caúcaso, en Europa Oriental, en el Mar de China…es decir están en varios frentes consolidando posiciones. Ucrania es claro exponente de esto a la vez que expone las limitaciones imperiales.

Los organismos de Bretton Woods por ejemplo se han revitalizado y son un vector determinante en el condicionamiento y sobredeterminación política de los países que no pueden desembarazarse de la trampa de endeudamiento y financiación. Argentina nuevamente vuelve a ser laboratorio de sus más deplorables esquemas. Lo mismo mediante las regulaciones de la OCM, y los bloqueos que impone.

Pero a partir de la batalla de Ucrania que viene a instalar de manera inexorable el Multipolarismo, contemplando incluso el documento mencionado de Putin y Xi, y en la eventualidad de treguas reguladas de este momento de guerra imperial desesperada, entendemos además que nuestra región de no mediar acciones políticas nacionales antiimperialistas terminará en una eventual nueva Yalta consagrada como espacio e influencia de USA.

Claramente se trata de una bisagra histórica y de un escalón en la fase terminal del capitalismo imperialista, quien no pueda verlo será comprensible su desinformación. Es un momento que la historia expone una y otra vez como posibilidad de desarrollo de políticas autónomas, nacionales y populares

El caso argentino

Hay que establecer que el Frente de Todos fue la expresión progresista afincada sobre la resistencia al macrismo que ganó las elecciones con un contrato electoral que luego desconocería y que incluiría entre otras cuestiones un programa antiliberal, el desconocimiento e investigación de la deuda externa fraudulenta, el desmantelamiento de los dispositivos de lawfare y la recuperación de resortes de una economía absolutamente liberalizada y extranjerizada.

La pandemia se presentó a los cien días de un gobierno que había ganado en primera vuelta con una mayoría abrumadora y gran respaldo popular. Los cien primeros días no se avanzó en nada de lo comprometido sino al contrario. Después de haber vivido más de la mitad de su vida en USA, llegó Martin Guzmán a ser ministro de economía, llegó con Gustavo Beliz que venía de trabajar en el BID también desde USA. Nadie puede hacerse el tonto sobre la naturaleza proimperialistas de estas dos designaciones fundamentales. Lo que nació con el aura progresista que le imprimían las decisiones tomadas por la propia Cristina Kirchner, bien pronto se evidenció en su propia naturaleza.

En apenas dos semanas, los partidos políticos con representación parlamentaria, lograron convalidar mediante una ley el acuerdo con el FMI con una demoledora mayoría, con que han de convalidar la descomunal estafa planificada por Estados Unidos, instrumentada por el FMI, ejecutada por Mauricio Macri y hoy convalidada por la mayoría de la alianza gobernante.

El acuerdo es imposible de cumplir, lo sostiene el propio directorio del FMI que adelantó su revisión periódica y declaró su preocupación por la fragilidad del acuerdo en cuanto a consenso cuyo problema no lo ven en la clase política sino entre la clase política y el Pueblo. El Centro de Estudios de la Central Obrera CTA, Cifra, sostiene que: “En efecto, desde el punto de vista de los objetivos que se propone el gobierno en el entendimiento con el FMI -esto es, “la continuidad de la recuperación económica” y la “expansión moderada del gasto estatal”- es poco probable que el programa sea exitoso.” 

Diputados y senadores con pretendidas nauseas sartreanas votaban con incomodidad el acuerdo con el FMI, contradiciendo sus predicamentos de campaña. El posibilismo ganó la narrativa dominante y consagraron que se trataba del “mejor acuerdo posible” y la falacia más grande que “es un acuerdo que no implica ajuste ni condicionantes”. Los más radicalizados se abstuvieron y luego marcharon un 24 de marzo en un desfile de efemérides que aparentemente no recuerda en esa reivindicación de la memoria la relación de la dictadura que repudian con el FMI y la similitud de una situación financiera con la otra.

El acuerdo con el FMI aún no se había acordado, y ya la Comisión Nacional de Valores (CNV) eliminó el cupo semanal en Valores Nominales para la liquidación de títulos de deuda soberanos denominados en dólares bajo legislación argentina, operación conocida como “contado con liquidación” (CCL), la cual tampoco supondrá restricciones sobre “otras operatorias en mercados regulados”, es decir lo que aprobaron aun antes del acuerdo con el FMI es quitar el cupo fijo de liquidación de dólares en el exterior para los grupos concentrados.

No hay que ser vidente para saber que los grupos concentrados impondrán las condiciones para que la moneda nacional se devalúe a un ritmo acelerado y sostenido para que esas mismas empresas que se llevan los dólares, paguen sueldos en pesos que, aunque sean más altos, valgan menos en dólares cada día.

Cada tres meses la Argentina se someterá a la evaluación neocolonial que la expondrá a la recurrente imposibilidad financiera con lo cual se debatirá entre el default y nuevos ajustes.

Con el contrato electoral pisoteado y ninguneado e incluso negado; con la defraudación de las expectativas de los cultores del pensamiento mágico y del acuerdo“sin ajuste”, con la enajenación creciente de la clase política respecto de la situación real de nuestro pueblo al que le dice cada día en discursos que estamos bien y que la economía crece, pero esos indicadores no se constatan en la vida cotidiana de un poblador; con esas condiciones, enfrentamos una crisis inminente.

En el medio de una criminal disparada de precios en los alimentos y ajustes sobre los ingresos populares que no alcanzan para nada, se anuncia en forma grandilocuente el inicio de una guerra a la inflación en la que el gobierno imposta una lucha que abandonó aun antes de anunciarla.

La grandilocuencia del anuncio, y la escasez de herramientas de política pública para mostrar un umbral de eficacia que garantice precios accesibles para los alimentos en nuestro país, es una prueba contundente del tamaño del problema político que se enfrenta en esta compleja coyuntura. No sólo no quieren, si quisieran no pueden.

En la Argentina, siendo el cuarto país del planeta con mayor superficie cultivable, según el propio Banco Mundial, el alza en los precios de los alimentos sería un problema económico derivado del alza de los precios internacionales de las materias primas. Pero en la tierra donde se cultivan los granos que se destinan a exportación en millones de toneladas, el alza del precio de los alimentos, es un acto criminal desplegado por un puñado de grupos económicos extranjeros que controlan el comercio exterior y mantienen colonizada y extranjerizada el conjunto de la cadena de producción y comercialización.

Desde aquella herramienta diseñada por los conservadores (La Junta Nacional de Granos 1933), pasando por el General Perón creando una herramienta para intervenir en una crítica situación global pero que implicaba una oportunidad histórica para la Argentina (IAPI 1946), se evidencia que la capacidad de intervención del Estado para regular la voracidad insaciable del mercado, ha retrocedido de una manera impensada.

La ausencia absoluta de voluntad para enfrentar a los grupos económicos que controlan el comercio exterior, ya se verificaba cuando se retrocedía irremediablemente sobre la decisión de expropiar a la empresa Vicentín (quebrada y endeudada con el Banco Nación en miles de millones) que permitía construir una empresa pública testigo para intervenir en la comercialización de granos.  Aún peor, en medio de la supuesta guerra contra la inflación, el directorio de Vicentin presentó a sus accionistas una oferta de reestructuración que fue aprobada por mayoría: Molinos Agro (del grupo Pérez Companc), la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA) y Viterra Argentina (filial de la multinacional Glencore) se quedarían con el 95% de la cerealera. ¡Es decir, lo que no pudo resolver el gobierno los resolvieron las transnacionales que absorvieron la empresa!

La Guerra contra la inflación y el alza de precios inicia 24 horas después que la empresa estatal YPF satisface los deseos de las corporaciones petroleras privadas y aumenta el precio de los combustibles en el mercado interno, como acto reflejo del alza internacional de precios.

Todas las semanas se anuncia un récord de producción en Vaca Muerta, la cuenca petrolera más grande de Argentina, pero en la empresa pública YPF es vanguardia en la aceleración de los precios en un país donde el transporte terrestre hegemoniza la logística de abastecimiento del mercado interno. O YPF no es nacional o el gobierno es mendaz.

En medio del desierto ideológico que atraviesa a la dirigencia política que ocupó la función pública por mandato de la voluntad popular traducida en votos por la mayoría popular que sufre las consecuencias de sus acciones, las  justificaciones que acompañaron la aprobación del acuerdo con el FMI, terminan por constituir un punto de inflexión para una porción importante de pueblo que suscribió un contrato electoral que está siendo pisoteado de una manera peligrosa. Por sobre todo porque el acuerdo con el FMI constituye un nuevo estatuto legal del coloniaje.

No por nada un fuerte latiguillo en la campaña electoral que depositó en el gobierno al Frente de Todos rezaba que las jubilaciones y los salarios se iban a recuperar cuando desmanteláramos la estafa de las Leliq (una suerte de bonos de encaje de los bancos, es decir un negocio de los bancos). Promediando dos años y cuatro meses de gobierno, las Leliq se triplicaron y cuatro millones de jubilados cobran 32 mil pesos por mes.

Los últimos seis años la inflación lleva un acumulado de 740% lo que redunda en un terrible dolor social que no puede mitigarse con anuncios que nunca se concretan y que evidencian la enajenación de la vida cotidiana de parte de la dirigencia.

La crisis de legitimidad que atraviesa el Frente de Todos, no es un problema del desencuentro entre sus dirigentes. Esa explicación sólo puede satisfacer los oídos de una clase política que no puede despegar la nariz de su propio ombligo. Se trata de un problema profundo de vaciamiento ideológico que pretende hacer creer que se impone la cultura del posibilismo, como una suerte de madurez frente al infantilismo de las convicciones. Es puro transformismo en su gran mayoría producido por la temprana colonización del espacio de parte de agentes del imperialismo.

La postergación de los intereses de nuestro pueblo, el abandono de una agenda soberana al asumir el compromiso de cogobierno con el FMI por las próximas décadas, son explicaciones más honestas del actual retroceso, que pensar que los gérmenes de una eventual próxima derrota son productos de los desencuentros de dirigentes.

En la etapa pos-dictatorial podemos advertir continuidades liberales. Después de la normalización institucional que prosiguió a la dictadura los partidos de raíz popular que accedieron a la administración de gobierno se comportaron conservando las líneas programáticas funcionales a los sectores concentrados de la oligarquía diversificada. Es decir que la dictadura ya no estaba, pero había concretado un cambio estructural y político, un continuismo de los lineamientos económicos que el terrorismo de Estado había impuesto, aunque matizado por las orientaciones gubernamentales de los distintos períodos del último cuarto de siglo pasado.

Ese proceso del transformismo duró lo suficiente como para dejar una marca cultural que ayudará decisivamente a la afirmación hegemónica del proyecto plutocrático en el país.

El kirchnerismo rompió con esta lógica después de la crisis del 2001. Los gobiernos de los Kirchner plantearon un plan de desarrollo estratégico territorial autónomo que empezaron a implementar y contemplaba la vocación industrialista, el desarrollo de tecnología de punta, la centralidad del mercado interno como motor de desarrollo económico, el pleno empleo y la redistribución del ingreso. Lo hicieron desde una concepción de autonomía de la política, donde el Estado definía las medidas e instrumentos para el logro de esas metas.

No fue trabajoso para el macrismo desmantelar lo construido y abortar las tendencias de desarrollo autónomo.

Martínez de Hoz, el estratega civil de la dictadura militar y su ministro de economía, en su discurso refundacional de un país liberal (2 de abril de 1976) amparado por las reflexiones de Milton Friedman y Von Hayek, que proponían que en determinadas circunstancias, el “autoritarismo neoliberal” debe destituir y sustituir una “democracia totalitaria”; definió el nuevo ciclo con eje en la producción primaria, la financiarización y la destrucción de la nación que se había generado en la época de la sustitución de importaciones, del peronismo, habla sobre la inflación del mismo modo que el FMI y el actual gobierno lo hacen en los comunicados del actual acuerdo. Sostenía que “si bien no puede afirmarse que la inflación obedece a una causa única, sí puede decirse, en cambio, que su motor principal lo constituye el déficit fiscal”.

Es el mismo diagnóstico del FMI para imponerle el actual programa al país. Dicen que la inflación es multicausal, pero el programa concreto es la reducción del déficit, el achicamiento de masa monetaria y el aumento de tarifas, ajuste. La única diferencia es que, aunque coinciden el discurso del genocida y el diagnóstico del comando central del capital financiero respecto a la inflación inercial derivada de la monetaria, el primero se pronunció contra el control de precios, de cambios y los controles a la importación. El FMI los admite actualmente como recursos excepcionales, pero con el horizonte de su desarticulación futura.

Con una inflación anual esperada del 60% es inexplicable que haya un esfuerzo del gobierno por moderar los ajustes salariales al 40%, cuando la depreciación salarial ha sido continuada desde 2015 por lo cual siempre los salarios están muy por debajo de la mejor expectativa inflacionaria.

Es imposible batir el proceso inflacionario sin el ejercicio coercitivo del Estado, porque el proyecto neoliberal es hegemónico en el empresariado formador de precios y éste no va a responder a la convocatoria a un acuerdo que les retrotraiga a las grandes empresas los superbeneficios que vienen construyendo desde el 2015. No se avinieron a hacerlo durante la pandemia, menos lo harán ahora.

El Fondo Monetario Internacional insiste con la construcción de la lógica del transformismo. La insistencia del acuerdo parlamentario para la refinanciación de la deuda que impuso el FMI fue justamente eso. Como lo es la remozada idea de copiar un anunciado Pacto de la Moncloa en la actualidad argentina. Tampoco es algo distinto el enfoque del “entendimiento” impuesto en el que sustancialmente se construye el mismo tipo de programa antiinflacionario que el que Martínez de Hoz desarrollara el 2 de abril de 1976.

Lo que despertó enormes expectativas y con esa esperanza fogoneó las grandes luchas de resistencia al macrismo terminó resultando una gran defraudación popular de resultados impensados.

Pueblos en lucha-candidatos progresistas.

Está claro que la temprana victoria en México de AMLO apoyado por sectores de izquierda y que fue sucedida por el triunfo en Argentina de Alberto Fernández con la impronta de CFK preanunciaban la posibilidad de articular un nuevo eje de desarrollo autónomo regional.

La expectativa en la muy probable victoria de Lula, sin detenerse en el marco de alianzas que sostienen esa posibilidad -muy similar a lo que empoderó al gobierno de Dilma Rousseff pero que además también lo des-empoderó-; sumado a las victorias de Perú, Honduras y Chile, además de una muy buena intervención electoral de Petro en Colombia, hacen que surja cierto entusiasmo en la posibilidad de un nuevo ciclo de gobiernos populares.

Aquí habría que desandar caso por caso pero en líneas generales y a los efectos de este trabajo debemos decir lo ya dicho retomando la crudeza del debate sobre la naturaleza reaccionaria del reformismo, que la ausencia de una estrategia con vocación de poder lo inhabilita además como movimiento de gradualismo revolucionario. Volvemos a sostener el transformismo como dispositivo imperial de construcción de orden.

Son los pueblos que transitan momento de rebelión, de desobediencia, distintas formas más o menos articuladas y coordinadas de subversión con desiguales niveles de protagonismo los que terminan cautivos o encantados con estas propuestas a las que suelen concurrir además sectores de la izquierda revolucionaria. Han sido propuestas electorales cocinadas en el caldo de la desobediencia civil, de la irrupción urbana de las masas. Incluso en algunos casos se ha dado una revalorización del espacio electoral y se registraron altos niveles de participación. No obstante, todo esto que es combustible revolucionario muchas veces se ha perdido de vista la reacción contrarrevolucionaria y se ha sido ingenuo cuando no directamente inerme frente a las estocadas del enemigo.

Es claro que los sectores revolucionarios que abreven en sus tácticas la concurrencia electoral en frentes de este tipo no deberían perder de vista la maniobra del transformismo, la maniobra contrarrevolucionaria al interior de la propia alianza y la necesidad de sostener en permanente relación con los repertorios disruptivos de masas, la iniciativa revolucionaria, que puede ganar o perder una batalla pero no debería perder todas las batallas sino ningún sentido tiene su pertenencia a un espacio en el que no incide en lo más mínimo.

Frente a la trampa de lo menos malo, la trampa del cuco de la derecha neoliberal, no corresponde obviar el carácter altamente reaccionario, regresivo y antipopular de las políticas que llevan adelante estas experiencias en general.

Pero la gran carencia es una inteligencia política colectiva que pueda elaborar una estrategia regional, porque regional debe ser el abordaje de la lucha antiimperialista. Sin ese elemento estamos casi condenados a derroteros erráticos, excepcionalmente construyendo sinergia, pero de carácter aleatoria. Necesitamos previsiones, planificación, inteligencia, administración de recursos. Una Internacional regional de Nuestra América y el Caribe.

Notas:

Fernando Esteche es Director de PIA Global.

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