Pseudo racionalidad: La primera batalla del segundo estallido

Texto: Dante Reyes Marín

En algunos meses, nadie sabe cuántos, la pandemia del coronavirus será superada, y las sociedades volverán con mayores cuidados, pero paulatina e inexorablemente, a sus estados anteriores, de riqueza y sobre todo, de miseria.

La pandemia que recorre al mundo no ha impedido eso sí mostrar las pequeñeces humanas, desde el miserable vecino que agrede desde el anonimato a quienes trabajan en la salud, hasta aquellas empresas que, argumentando vilmente las penurias económicas, han despedido a trabajadores a diestra y siniestra y con el respaldo expreso o silencioso de los gobiernos nacionales.

El economista estadounidense  Andreas Kluth sostuvo en su artículo This Pandemic Will Lead to Social Revolutions (Esta pandemia conducirá a revoluciones sociales) que

“El cliché más usado sobre el coronavirus es que amenaza a todos de la misma manera. Eso no es verdad, ni médica ni económicamente, ni física, ni psicológicamente. El Covid-19 exacerba las condiciones preexistentes de desigualdad. Más temprano que tarde, causará tormentas sociales, incluso insurrecciones y revoluciones”.

Y Chile, qué duda cabe, no fue, no es ni será un país igualitario en ninguno de los sentidos expresados por Kluth y al regreso de la actividad “normal”, después de lo más terrible de esta enfermedad, seguirá siendo un país desigual, injusto, y donde un sector privilegiado de la población, porcentual y moralmente minúsculo, se mantendrá en una vergonzosa cúspide de abundancia erigida a costa de la miseria y la explotación sublime.

El estallido social del 18 de octubre, quizás ya lejano en la memoria de algunos, retornará con bríos, pero deberá enfrentar una primera batalla contra un hipócrita discurso de la racionalidad.

No serán pocos, más bien toda la clase política saldrá desde sus cómodos aposentos para abogar por la gradualidad de los cambios, por la racionalidad de las demandas, y entendiéndose todo ello por arriar la bandera del cambio para reemplazarla por una deslucida de simples reformas cosméticas que sólo adornen al Chile injusto que vivimos.

Eugenio Raúl Zaffaroni, juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, dijo hace pocos días en una entrevista con el diario Página 12 que “Una situación de emergencia es siempre ocasión para toda clase de racionalizaciones de múltiples violaciones de derechos humanos. Es necesario equilibrar lo que hace al derecho a la vida, a la salud, a la alimentación, a la preservación del trabajo, a la igualdad y a la intimidad de las personas, teniendo cuidado de que no se aproveche ese difícil equilibrio para filtrar pretextos para legitimar intereses sectoriales y mezquinos”.

Recordó que “todo totalitarismo tuvo como Celestina discursiva a la necesidad y, ante todo, la necesidad de ‘protegernos’, es decir, el paternalismo”.

Y en Chile en poco tiempo más abundarán los discursos relativos a que no es hora de reclamos sino de reconstrucción. Se transmitirá una especie de “Teletón de amor” y apología de la unidad de los chilenos. Claro, la unidad de la diferencia, la unidad de la injusticia, la unidad de la miseria de los trabajadores. Ese será el discurso en poco tiempo, y por ello se debe estar alerta.

El mismo juez Zaffaroni sentenció que “la economía es para el ser humano y no el ser humano para la economía. Por ende, se plantea una opción falsa. La verdadera opción es entre los intereses de un totalitarismo financiero que es responsable de la pandemia, porque con su brutal destrucción de los equilibrios ecológicos ha fabricado varios virus y este también y, por otro lado, Estados que seriamente se ocupen de la vida y derechos de sus habitantes”.

Y al hablar de Estados, el juez Zaffaroni marca una distinción importantísima para tener en cuenta cuando Chile nuevamente estalle. Una distinción sin la cual el engaño florecerá de la mano de palabras dulces y apaciguadoras, y que como las sirenas, esas  doncellas marinas que engañaban a los navegantes con su gran belleza y la dulzura de su canto, podría llevar a Chile a mantener el rumbo neoliberal por el cual navega desde hace ya tantas décadas.

Sin dudas, el nuevo estallido debe mantener su horizonte de un cambio estructural para el país. De transformaciones radicales que lo encaminen al menos hacia una nación justa, verdaderamente soberana y dueña de sus riquezas.

Sebastián Piñera, más allá de ser torpe e incapaz, es el presidente de Chile, pero es incorrecto pensar que únicamente con la caída de su gobierno el país cambiará para convertirse en un vergel de justicia y humanidad.

Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet, los “presidentes democráticos” no fueron más que otros gerentes de un Chile cuyo rumbo fue definido constitucionalmente en la propia dictadura. Y no fueron forzados a ello. Abjuraron todos de las consignas de justicia que, honesta o falsamente declamaron en otro tiempo.

Y en esta lógica de defender al sistema no serán pocos los que abogarán por la racionalidad de los cambios, por la necesidad de reformas “maduras”, y por un Chile donde la alegría llegue de la mano de la sanidad de las arcas fiscales y los equilibrios macroeconómicos.

El fin de las AFP, salud y educación pública gratuita y digna, estatización de las riquezas naturales del país, acceso libre y efectivo a las playas de lagos, ríos y mar, jubilaciones decentes, en fin, todas ellas son reivindicaciones estructurales que no se cumplen con la simple salida de un ministro o incluso con la renuncia de un mandatario.

El poeta griego Homero, en su célebre libro La Odisea, describió a las sirenas como seres que “hechizan a todos los hombres que se acercan a ellas”. En poco tiempo, los chilenos escucharán ese mitológico y dulce canto, proveniente de todos los sectores políticos.

Aparecerán nuevos rostros portadores de viejas ideas, pero a diferencia de los marineros de Ulises, que con cera en sus oídos pudieron sortear el engaño de esas criaturas, los chilenos deberán afinar oídos y memoria, para así no caer nuevamente en el engaño de quienes por tantos años han profitado de la sangre que mana de este Chile injusto que han construido sobre la base de la miseria de millones.

Que el proceso constituyente que se viene no sea el simple recambio generacional de la clase política que nos domina dependerá de la capacidad de los chilenos de no asociar estas demandas a la suerte de un gobierno en particular, y a recordar, en todo momento, que el cambio que Chile requiere es de carácter estructural y que trasciende a los gobernantes de turno, todos ellos, vale insistir siempre al servicio del gran capital.

 

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