Cómo el 18 de septiembre llegó a ser el día oficial de la fiesta nacional

La celebración de Fiestas Patrias en Chile está establecida por ley para los días 18 y 19 de septiembre de cada año, fechas en que además están fijados dos feriados irrenunciables para que la gente pueda participar de las festividades nacionales.

El hito hace referencia al establecimiento de la Primera Junta Nacional de Gobierno (18 de septiembre de 1810), aunque con posterioridad también se la han otorgado los significados de celebrar el proceso independentista de la Corona española y la formación de Chile como un Estado-nación.

Pese a su trascendencia histórica y consolidación como fecha conmemorativa, lo cierto es que durante el período entre 1819 y 1824, el 18 de septiembre no fue una fecha excluyente para el festejo del espíritu independentista, compartiendo su celebración con otras dos conmemoraciones: la Proclamación de la Independencia y la Batalla de Maipú.

En conversación con INTERFERENCIA, la historiadora Paulina Peralta, autora del libro ¡Chile tiene fiesta! El origen del 18 de septiembre (1810-1837) apuntó a que la fecha “fue el primer gran evento, relacionado con el concepto de regeneración política, una metáfora muy importante para decir que la colonia estaban despertando de una pesadilla y vivía un renacer político. Yo lo entiendo como el inicio de un proceso que con los años se transformó en revolucionario”.

Concepción versus Talca

Tres lugares disputaron ser el hito de celebración nacional, aunque lo cierto es que sólo dos de ellas alcanzaron alguna vez a ser consideradas como fechas a la altura del 18 de septiembre.

El Acta de Independencia de Chile fue fechada en Concepción el 1° de enero de 1818. Esto ha sido refrendado por distintos historiadores y por la propia ciudad penquista, que durante los últimos años ha impulsado su carácter de Ciudad de la Independencia para conmemorar este hito.

En efecto, esto es ratificado por documentos del Biblioteca del Congreso Nacional de Chile: “cuando la incierta situación militar obligó a levantar el sitio de Talcahuano en los últimos días del mes de diciembre de 1817, don Bernardo O’Higgins determinó, mediante un acto de inteligente perspectiva histórica, declarar la independencia nacional un primero de enero de 1818 en la ciudad de Concepción. Así lo corrobora el documento suscrito ante el escribano público de Lima, don Baltazar Núñez del Pardo, el 17 de octubre de 1842, pocos días antes de su fallecimiento, donde expresa con su puño y letra: “… en primero de enero de 1818, como órgano de la voluntad nacional, declaré solemnemente la independencia de Chile en la ciudad de Concepción”.

Pese a lo anterior, este hito nunca llegó a ser festejado como una celebración de carácter nacional, puesto que alcanzó mayor relevancia la ceremonia de jura y proclamación de la Independencia, celebrada en paralelo en Talca y Santiago el 12 de febrero de 1818.

“Es un hito interesante porque el día elegido también está vinculado con el triunfo por las armas en la Batalla de Chacabuco. Lo que yo planteo es que en una sociedad y en una cultura barroca, el principal acto es más visual, y así lo plantea O’Higgins”, afirma Peralta respecto de por qué el poder independentista prefirió los actos de Talca y Santiago, por sobre el acto de Concepción.

La historiadora comenta que “como la sociedad era principalmente analfabeta, a pesar de que el documento estuviese escrito, no tenía tanto sentido mientras no se proclamase públicamente. Lo que ocurre en Talca y Santiago es este evento público muy a la usanza de la época, que son ritos oficiales muy parecidos a los monárquicos, que estuvieron presentes en todas esas fechas y que siguen presentes hasta hoy como las misas, te deums, desfiles y cortejos, complementados con saludos a las máximas autoridades”.

Maipú

Otro hito que alcanzó a ser festejado a nivel país fue la conmemoración de la Batalla de Maipú, que tuvo lugar el 5 de abril de 1818. Al respecto, Peralta afirma que “es un hito militar, valorado a nivel americano, porque permitió despejar el camino para llegar vía mar al Virreinato del Perú, el gran baluarte que había que conquistar y someter. Además, tiene el componente de estar protagonizado por argentinos”.

A juicio de Peralta, esta batalla logró “afianzar una existencia muy vacilante; esta declaración simbólica que había sucedido en Talca. Demuestra que el hito independentista de Talca es harto más simbólico, poniéndolo en contexto. Nos quedamos sólo en el acontecimiento y no atendemos lo que está ocurriendo en el momento: La guerra no cesó, se mantuvo durante varios años y se trasladó al sur. Era una nueva república bien precaria, con rencillas internas, y a ello se le suma lo que provoca una guerra en temas de pobreza, suministros básicos, y las condiciones de una sociedad en guerra”.

Sobre la coexistencia de estos tres festejos, la historiadora dice que “estas tres fiestas se fueron incorporando a este calendario festivo en la medida que fueron ocurriendo, algunas fueron más espontáneas y otras son más normadas. En el caso del 18 de septiembre nunca encontré nada que emanara del poder que obligara a hacer esto, ya en 1811 se determinó celebrar el cumpleaños de la junta y tuvo repercusiones similares. Y desde ahí nunca se detuvo. No estaba normado”.

Consolidación del 18: entre la aristocracia santiaguina y el bajo pueblo

En su artículo La consagración del 18 de septiembre como fiesta nacional. Trayectoria de la multiplicidad festiva en Santiago de Chile (1810-1837), Peralta afirma que “a pesar de que el mundo criollo concibió la revolución contra el dominio español de manera excluyente, en el sentido de que los fines políticos, económicos y sociales que se perseguían buscaban beneficiar casi exclusivamente a este sector, se volvió imperioso contar con el apoyo y la aprobación del mundo popular. Esto no sólo por la necesidad práctica de engrosar los ejércitos independentistas, sino también porque el nuevo orden republicano sólo podía sustentarse en la adhesión voluntaria que los ciudadanos mostraran hacia el proyecto nacional”.

De aquí vendría el origen del protagonismo que alcanzó la fecha. “Lo que hizo el grupo dirigente de la aristocracia criolla fue establecer un rito oficial, lo que ocurre hasta hoy. Es un rito muy similar a la fiesta monárquica, ya que la aristocracia acudió a su propia cultura y experiencia para crear esta nuevas fiestas. Por casi 300 años se hacían fiestas para legitimar distintos hechos de la historia política monárquica, como el nacimiento de un príncipe, la muerte de un rey y la ascensión de otro”, explica Peralta.

“El pueblo se apropió de esta nueva oportunidad para desplegar su propia forma de festejo que son las ramadas y las chinganas. Costumbres campesinas y rurales, que migraron a las ciudades con las personas del campo. Cuando el grupo dirigente les ofreció estas fiestas estables, el mundo popular encontró un nuevo espacio para desplegar su forma particular de festejo”, apunta la historiadora.

En la década de 1830 el presidente empieza a asistir al llano correspondiente a lo que hoy es el Parque O’Higgins, aceptando las fiestas de esa manera con su presencia y las de otras altas autoridades. Ese mismo lugar fue el elegido por los gobiernos de turno para pasar una revista de inspección de las tropas, simulacros de combate, ejercicios de maniobra, desfiles, que termina siendo el antecedente de lo que ocurre el 19 de septiembre.

Hasta 1824 se festejaban las tres fiestas en simultáneo, y en ese año se eliminó como fiesta nacional la del 5 de abril. Este calendario festivo constituido por tres fechas duró poco tiempo, desde 1819 hasta 1824, consolidándose finalmente el 18 de septiembre como el hito en el que se celebran las Fiestas Patrias, hasta hoy.

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